Iglesia en una cultura sexualizada

Probablemente no hay otra área en la que los cristianos evangélicos de Europa choquen tan a menudo con la cultura humanista secular como en el área de la sexualidad. Ciertamente esto no es nada nuevo, ya que también la iglesia primitiva chocó con la cultura greco-romana en esta cuestión. Por otro lado, este tipo de fricción se ha convertido en un fenómeno cada vez más problemático. Nuestro punto de vista sobre la sexualidad en general, y los temas LGTBIQ en particular, se han convertido en muchos casos en una gran piedra de tropiezo del mensaje cristiano hoy en día. Es más, en relación con el estado y las autoridades, se ha convertido en una prueba decisiva que determina que se te considere “in” o “out”.

Sin embargo, este no es un artículo sobre cómo salir de este dilema. Ni es un argumento para que nosotros los evangélicos cambiemos nuestra teología en el área del sexo o las relaciones. Cuanto más he investigado estas cuestiones- y he escrito un puñado de libros sobre el tema-, más me he convencido de la relevancia de la teología clásica en nuestro propio día, especialmente en el área de las relaciones. En cambio, quiero reflexionar sobre lo que de hecho defiende la cultura sexualizada. Unido a esto, quiero estimular una conversación, no principalmente sobre la ética sexual evangélica, sino más bien sobre lo que pasa bajo la superficie. ¿Qué subyace detrás de los slogans de la cultura secular?

Una historia mejor
Un buen punto de referencia para tal conversación es el libro de Glynn Harrison, A Better Story: God, Sex and Human Flourishing.  Harrison es un profesor jubilado de psiquiatría que vive en Reino Unido y en su libro describe convincentemente cómo el humanismo secular y el punto de vista cristiano se remontan a dos relatos muy diferentes.

El relato secular humanista se construye sobre la idea de un “yo” autónomo; la idea de la verdadera auto realización presupone una forma de rebelión contra generaciones, tradiciones y valores previos. Cada vez más, se basa también en la idea de que cada individuo posee el poder de definir su propia identidad. La última se hace particularmente clara en cuestiones que conciernen al género y a la identidad de género, donde se da por hecho más y más que ningún individuo debe tener que someterse a factores biológicos o a otros que son contrarios a la propia imagen de alguien.

Unido a la sexualidad, este relato humanista ha surgido en íntima interacción con el desarrollo social en general, donde cosas tales como el estado del bienestar de después de la guerra, cambiaron leyes referentes al matrimonio, el divorcio, y la introducción de anticonceptivos seguros y baratos; todo jugó un papel crucial. Simplemente se ha hecho posible vivir de forma autónoma que previamente no era una opción. Lo que ha pasado por el camino es que la liberación sexual- la “revolución sexual”- se ha convertido en una parte central de la propia imagen del hombre moderno, como libre, autónomo y orientado al futuro.

El relato cristiano, por otro lado, se base en la idea de que un individuo- además de su responsabilidad y relación personal con nuestro Creador- florece en comunión con otros. Esta profunda comunión, descrita como el hombre y la mujer “conociéndose” el uno al otro (cf. Génesis 4:1), presupone una transferencia donde ambas partes renuncian a parte de su autonomía. Esto es especialmente importante para el concepto de familia. Consecuentemente, aquellos que han perdido más en el altar del individualismo radical, son los hijos de adultos que van por libre y nunca se casan.

Podemos ver ya el resultado a dónde llevan los dos tipos de relato. Glynn Harrison señala investigaciones que muestran que, de hecho, muy pocas de las promesas de la revolución sexual se han realizado. Claro que había cosas con las que había que tratar en el antiguo sistema, pero permanece el hecho de que no tenemos más sexo ni mejor que en los viejos tiempos.  Tampoco podemos hablar de relaciones románticas cualitativamente mejores. Además, como ya se ha notado, la nueva generación de hijos puede verse, de muchas maneras, como los que han perdido más en la revolución sexual.

Además de esto, la nueva perspectiva del sexo centrada en uno mismo, se ha convertido en parte central de la cultura occidental. Un ejemplo dado puede venir de mi propio país, Suecia, donde hace pocos años hicimos una revisión de nuestras cuatro enseñanzas de ayuda para la educación sexual más extendidas en los institutos y universidades. Resultó que, en estos materiales, el sexo se presentaba continuamente como un fenómeno extramatrimonial. ¡Ni siquiera se mencionaba que podías tener sexo en una unión matrimonial! Es más, había una completa falta de información sobre salir con alguien y formar una familia, y en tres de los cuatro materiales los autores optaban por separar completamente la educación sexual de las cuestiones sobre concepción, embarazo y nacimiento. El vínculo entre sexo y procreación simplemente se eliminaba.

Aspecto físico
Hay otras dimensiones de la sexualización del mundo occidental. El sexo ha cambiado de ser lo que completa y confirma la rendición y el amor mutuo de dos individuos, a lo que normalmente inicia una relación (lo que a veces, pero no siempre ni mucho menos, lleva a la formación de una familia). Esto ha llevado a un cambio fundamental en nuestros patrones de relación. Recientemente, la tecnología se ha convertido en un factor determinante en esto, con sus aplicaciones de citas como Tinder, HInge y Match. Mucha gente joven hoy de hecho cree que estás presionando si te acercas a una persona con la que no te has puesto en contacto antes a través de una aplicación de citas. Huelga decir que Tinder y otras aplicaciones, anteponen la apariencia física a todo lo demás.

La apariencia física también domina las industrias del entretenimiento y la publicidad. Como lo expresó la banda cristiana americana Switchfoot, en la canción Easier Than Love (Más fácil que el amor):

El sexo es la moneda
vende coches,
el CEO, de política corporativa
ministerio a profundidad de la piel
juventud suburbana, aclamando la llamada libertad.

Al final de la canción, Switchfoot pregunta cuáles son las preguntas probablemente más cruciales en este contexto:

Sentirse solo
¿Qué hemos hecho?
¿En qué monstruo nos hemos convertido?
¿Dónde está mi alma?

No es que la apariencia física o la belleza no sean importantes. Pero hay algo profundamente insatisfactorio en cuanto a reducir el sexo a una mercancía. Sexo como un cuerpo sin alma alguna. Esto es probablemente la principal razón por la que la revolución sexual ha demostrado mantener muy poco de lo que prometía.

Cuerpo, alma e identidad
La relación entre cuerpo, alma también forma la base para otra exploración importante de nuestro tiempo y nuestra cultura, y tiene que ver con el gran proyecto de identidad de nuestro tiempo. Está claro que la sexualidad se ha convertido en más central para la identidad de muchos europeos de lo que solía ser. Esto es particularmente evidente dentro del movimiento LGTBIQ, que a grandes rasgos, habla de la orientación sexual como una base para la identidad de una persona.

Aquí, también, uno puede decir que los dos relatos diferentes se desafían uno al otro. La narrativa cristiana está atada a la creencia de Dios como nuestro creador. Como tal, Dios es tanto nuestro origen como nuestro destino futuro. Además, nuestro único valor en la creación reside en el hecho de que estamos creados a imagen de Dios. En el Nuevo Testamento, podemos leer que nuestra identidad más profunda y verdadera es la que nos da Dios en Cristo, que ha llevado en nuestro lugar la carga de darnos valor, identidad y salvación que nosotros de otro modo tratamos de crear por nuestras propias fuerzas.

Cuando uno corta como hace la sociedad humanista, tanto el principio como el final de la historia- la creencia en Dios como Creador y destino último de la vida- es inevitable que intentemos llenar nuestra identidad con alguna otra cosa que el descanso que hallamos en Cristo, y que es el gran don del Evangelio. Este es un fenómeno atemporal. A todas las edades la gente ha construido su identidad con todo tipo de bloques: dinero, relaciones familiares, talento, etnia, clase, belleza, habilidades sociales y demás. Pero en nuestro tiempo, la identidad sexual se ha elevado hasta convertirse en uno de los ladrillos más importantes de todos ellos. ¡En la práctica, uno puede decir que la sexualidad ha ocupado el lugar de Dios en nuestras vidas!

En conexión con esto, el movimiento LGTBIQ nos ha proporcionado una nueva tanda de ideologías que dicen introducir una cuña entre nuestro cuerpo y nuestra alma. Pero aquí, paradójicamente, son las cualidades internas de un ser humano, más que la apariencia externa lo que se contempla. El movimiento trans afirma que la identidad de género es algo fundamentalmente metafísico, sin una conexión necesaria entre cuerpo, biología, cromosomas u hormonas. El igualmente radical movimiento queer habla de identidad y sexualidad como fluidos, lo que significa que durante el curso de la vida la misma persona puede moverse hacia delante y hacia atrás en una escala de hetero-bi-homo-trans. En realidad, esta ideología nos proporciona una gama incluso más amplia en la que elegir, y en algunos países hay ahora entre 50 y 70 identidades de género diferentes para elegir en Facebook.

La consecuencia de todo esto, es que surge una división entre cuerpo y alma, donde a uno no se le permite definir al otro.

¿Estamos viviendo el relato cristiano?
En resumen, se puede decir que la cultura sexualizada afecta a un número de áreas que son bastante diferentes unas de otras. Últimamente, se remonta al individualismo radical, y el foco recurrente en la apariencia física enfatizado por fuerzas del mercado. El discurso del movimiento LGTBIQ sobre género e identidad puede consecuentemente verse tanto como fruto de la cultura individualista y materialista de hoy día, y como un factor decisivo para la radicalización de la cultura en general.

Está claro que la iglesia cristiana vive una historia de identidad y sexualidad que está, de muchas formas, en desacuerdo con el relato que domina nuestra cultura europea actual. La cuestión es, ¿vivimos nosotros de verdad como cristianos evangélicos la historia que se nos ha confiado por el Señor? Solo si hacemos esto de forma creíble podemos ser un contrapeso positivo a los aspectos destructivos de nuestra actual cultura sexualizada.