La apologética eclesiástica para Dios: Convertirnos en una buena iglesia a los ojos del mundo que observa

Foto de Matheus Ferrero en Unsplash

Como conferenciante de apologética, enseñando a otros a defender y comentar la fe cristiana, estoy convencido de que el cristianismo tiene más sentido que ninguna otra visión del mundo, religiosa o secular. Los seguidores de Jesús hoy, deben compartir una fe coherente que corresponda a la forma en la que el mundo es en realidad. Y debemos responder a las ideas seculares que de forma orgullosa declaran que el universo material es todo lo que hay, por lo que “los incordiadores de Dios” (1), deben volver a su caja, privatizando su fe. Pido a Dios por la obra valiente y sabia de intelectuales apologistas como John Lennox, que nada contra la corriente de eruditos ateos y alentar la confianza de todo el mundo para proclamar el dominio de Cristo en el ámbito público.

Lo que pasa es que argumentar el caso a mis amigos seculares, a menudo les deja fríos. Por sí mismo, no es suficiente.

Recuerdo invitar a uno de estos amigos a una charla en la universidad que di sobre los argumentos de la existencia de Dios. Para la mayoría, yo era comprensible e incluso imparcial desbaratando las objeciones comunes de los ateos. Juntos exploramos los argumentos filosóficos de por qué el universo necesita una primera causa; juzgamos la buena armonía del cosmos en coherencia con un Creador sabio y poderoso; y consideramos el caso histórico- especialmente mediante la vida, muerte y resurrección de Jesús- que “Dios está ahí y no en silencio”, como le gustaba decir a Francis Schaeffer.

Mi amiga observó de forma educada, cuando, después de la charla, debatí con los escépticos enfadados por mi planteamiento supernatural, y los musulmanes que apreciaban el argumento cosmológico de Kalam, pero cuestionaban la naturaleza de Dios. Charlando después, sin embargo, fue evidente que había perdido la ocasión. Los argumentos no llegaron a hablar a la lógica de su corazón. Sus deseos. Sus afectos y odios.

Mi amiga solo apareció porque confiaba en mí personalmente, y podía ver en la comunidad de nuestra iglesia una calidad de gracia de la que andaban escasos en otros sitios. No estaba lidiando con cuestiones abstractas incendiadas por detractores como Richard Dawkins y los no tan nuevos ateos. Más bien, ella quería encontrarle sentido a por qué nosotros daríamos nuestras vidas por algo más grande que el aquí y ahora, construyendo una comunidad en torno al estilo de vida de Jesús.

Le intrigábamos y rompíamos el molde. Basándose en los retratos de los medios de comunicación en algunos de sus encuentros con apologistas orgullosos, raudos a la hora de contestar pero lentos a la hora de escuchar, esperaba que el cristianismo estuviera lleno de hipócritas fanáticos. Las convicciones religiosas parecían como mucho irrelevantes, lo que es peor, peligrosas, caracterizadas por los abusos de la iglesia, la violencia religiosa, escándalos financieros y juzgar a la comunidad LGTB en temas de ética sexual. La apologética que mi amiga necesitaba tocaría estas piedras de tropiezo con la prueba de vidas atractivas. Quería ver los efectos que Jesús tenía en la vida diaria, en el corazón de lo que era verdaderamente importante en su experiencia del mundo: trabajo, familia, amistades, y gestión de la salud mental. ¿Qué tipo de apologética puede hacer esto en la Europa post cristiana?

Cómo demuestran innumerables estudios como el European Values Survey (EVS), (Encuesta sobre valores europeos), Europa continúa secularizándose. La fe y la práctica cristiana, se están desvaneciendo. Para la mayoría de los ciudadanos, no se le puede molestar para debatir algo que no parece importante en su día a día. En su análisis de EVS, Jim Memory llega a la conclusión de que “La apologética que pone el blanco en el ateísmo solo está llegando a una diminuta proporción de la población de Europa. Un desafío mucho mayor es llegar al enorme número de europeos no creyentes que son indiferentes al cristianismo y consideran la religión irrelevante para la vida moderna”.

Necesitamos desesperadamente una agenda más amplia para la apologética.

Qué pasa si, como argumenta John Stackhouse, la apologética es “cualquier cosa que señale la plausibilidad y credibilidad del Evangelio; ¿todo lo que decimos y hacemos que puede ayudar a los que no son (todavía) cristianos a tomar el cristianismo y al Evangelio más en serio de lo que lo hacían previamente?” ¿Cómo variaría esto nuestra imaginación y el modo de presentar a Cristo en el ámbito público? Esta fuerza de persuasión de repente cambia de los argumentos abstractos a la integridad de una comunidad cuya vida juntos da forma a las verdades del reino. Los argumentos sagrados toman cuerpo en el mundo secular.

Miremos a uno de los primeros apologistas de la iglesia, el mártir Justino. Elaboró brillantes argumentos en el siglo segundo para defender a los cristianos contra las acusaciones de que su rama de la religión envenenaba todo. Incluso esgrimió el argumento de que el cristianismo era moralmente superior a sus competidores, acercándose a la filosofía para defender la libertad de seguir a Jesús y dirigir a la gente hacía él en la plaza pública. Y sin embardo sus vecinos necesitaban algo más que esto para que apologética les hiciera adherirse.

Como el historiador Rodney Stark explica, fue el testimonio de la vida completa de los mártires cristianos que siguieron la senda del sacrificio de amor, lo que transformó el Imperio Romano e hizo a esa extraña fe digna de ser creída. Afrontando pestes mucho peores que la pandemia de la Covid, los cristianos se quedaron en las ciudades para atender a sus vecinos y que recuperaran la salud y mantenerlos mientras la vida se les iba. Fue este “argumento moral” encarnado lo que al principio cristianizó Europa. (2)

En la Epístola a los sumos sacerdotes paganos, del apóstata Julián, escrita como el último emperador pagano de Roma, se queja de la bondad y caridad de los cristianos tentando a los ciudadanos locales a cambiar de fe: “Estos impíos galileos (cristianos) no solo alimentan a los suyos, sino también a los nuestros; les dan la bienvenida a su ágape, los atraen, como se atrae a los niños con pasteles… Mientras que los sacerdotes paganos descuidan a los pobres, los odiosos galileos se dedican a las obras de caridad, y por un alarde de falsa compasión han establecido y dado efecto a sus perniciosos errores. Tales prácticas son comunes entre ellos, y causan menosprecio hacia nuestros dioses.”

Esta apologética es discutiblemente más importante en la Europa post-cristiana del siglo XXl de lo que era en los días de Justino mártir. En una era secular, ganar discusiones viene menos de un debate robusto o incluso de un registro histórico, sin embargo, bien podemos contar esta sorprendente historia. Más poderosa es la autoridad de la autenticidad: vidas vividas de forma bella, y convincente entre nuestros vecinos como testigo de algo (o de alguien) más allá del aquí y el ahora.

No hay un argumento intelectual sino moral. La comprensión bíblica de “la belleza de la santidad (l Crónicas 16:29; ll Crónicas 20:21: Salmo 96:9; Hebreos 13:18) nos puedes ayudar: La Biblia New American Standard Bible –NASB- traduce el Salmo 29:2 como llamándonos a “Adorar al SEÑOR en santa diversidad”, en colores brillantes reflejando la unidad en la diversidad como del arcoíris que en nuestro creador trino. ¿Cómo sería esto hoy, mediante nuestras iglesias enviadas juntas como testigos al mundo?

La redención requiere encarnación- no un tweet ingenioso del cielo o un silogismo preciso escrito en un cartel de sándwiches. El misiólogo Michael Pucci explica: “el Evangelio no es una ley o mensaje sin cuerpo que Dios quiera transmitir, sino la palabra viva que respira, del Reino ejemplificado en sus mensajeros… Nuestro quebrantamiento y transformación continua es una parte clave de lo que testificamos. La autenticidad de la transparencia es un vehículo poderoso del Evangelio.” (3)

En su carta a los exiliados en la diáspora, el apóstol Pedro insta a la creciente iglesia cristiana a “Mantened entre los gentiles una conducta irreprochable, a fin de que en aquello que os calumnian como malhechores, ellos, por razón de vuestras buenas obras, al considerarlas, glorifiquen a Dios en el día de la visitación.” (I Pedro 2:12)

Este es el contexto dentro del cual encontramos otra famosa exhortación de Pedro, “estando siempre preparados para presentar defensa ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (I Pedro 3:15). Su llamada más amplia fue a toda la iglesia a vivir un código familiar contracultural ejemplificando la santidad incluso mientras sufrían la persecución. Pedro sabía que las razones de su esperanza se volvían significativas cuando se encarnaban en un carácter ejemplar capacitado por el Espíritu, y una aproximación a la vida y al trabajo enfocada hacia el Reino.

Debemos tener en cuenta también la lógica de la carta de Pablo a los Filipenses. En el capítulo uno, la buena obra de Dios en ellos se está abriendo paso, dando fruto como un testigo de Cristo a medida que viven vidas intachables. El sufrimiento lleno de gracia de Pablo bajo la persecución, avanza el Evangelio; esta es su más grande fuente de confianza. En los capítulos del dos al cuatro, Pablo clama con la ecclesía– esto es, la iglesia, como los “convocados” que representan a Cristo en su tiempo y espacio específico- a dejar atrás la idolatría del poder, éxito, y avaricia y en cambio abrazar la exigencia de Jesús de humildad, integridad y simplicidad.

¿Cómo cambiarían las cosas si, hoy, no solo estuviéramos “sosteniendo firmemente la palabra de vida,” sino “resplandeciendo como luminares” mientras lo hicimos (Filipenses 2:15-16)? ¿Si controláramos nuestros cuerpos y deseos sexuales, canalizando nuestra energía hacia obras de justicia (3:1-7)? Si resolviéramos las peleas de unos con otros, estuviéramos libres de ansiedad, siempre conscientes de la paz de Dios, practicando la simplicidad material y la honestidad financiera, y desplegando la satisfacción en todas las circunstancias (3:17-21; 4:1-13)?

Tanto Pedro como Pablo estaban exponiendo un argumento eclesiástico de la existencia de Dios. La iglesia hace creíble a cada ciudadano, pasado y presente, la existencia de Dios, y que él recompensa a los que le buscan sinceramente (Hebreos 11:6).

La forma en la que nos amamos unos a otros, y nos desbordamos de amor por la vida del mundo, da a conocer a nuestro común creador. A medida que practicamos la humildad, integridad, y simplicidad, los individuos- sea cual sea su capacidad e intelecto para elaborar un argumento- están fundidos en un cuerpo que se parece a Jesús. Nos convertimos en una iglesia verdaderamente buena a los ojos del mundo que está observando (4). Y, a lo largo del tiempo, la atractiva belleza y santidad, mejor vistas cuando sufrimos por hacer el bien, será evidente. El Evangelio no se hace más plausible solo con mejores argumentos, sino con vidas que le permitan tomar forma.

¿Y cómo se vería esta apologética eclesiástica para nosotros, como “convocados”, representando a Cristo en nuestro tiempo y espacio específico? Deseo ver un movimiento de discípulos, una comunidad de “sabios pacificadores” (Mateo 5:9), que entendemos los tiempos en los que estamos y sabemos lo que supone superar el mal con el bien. Cuando nos reunimos, nos formamos para convertir gente que busca Shalom de los sitios en los que estamos dispersos a lo largo de la semana. Somos una iglesia a la que se ha ordenado llevar la presencia de Dios en contextos de diversidad cultural, marcando la diferencia en lo que quiera que hagamos, donde quiera que estemos, quien quiera que seamos.

Los discípulos de toda una vida habrán aprendido a seguir el camino de Jesús en su situación y momento particular, capacitados para escuchar, imaginar, crear, y comunicar. Pueden tener el aspecto de una veterana economista descendiendo a escuchar a sus colegas en el trabajo, entendiendo por qué se sienten infravalorados por el liderazgo y llevando todos los días sus necesidades al padre en oración. Puede ser como un hooligan de futbol con toques fascistas y un historial de violencia, siendo radicalmente salvado, para imaginar a sus enemigos de un club rival haciéndose amigos y siendo parte de la misma comunidad de viviendas.(5) Puede ser una madre joven en un grupo estrechamente unido en el que rinden cuentas, donde se practica el Examen y la confesión abierta para estar a buenas con Dios, ayudándola a manejar su ira latente; sólo entonces tiene lo que necesita para crear un valiente espacio que cure los roces entre padres en el grupo de juegos de pre-escolar. Y puede que tenga el aspecto de un jubilado entrenado para comunicar a todos los de su calle porqué Jesús es una buena noticia, mientras sigue los pasos de la iglesia en pandemias pasadas: su amor evidente por cada persona y su cuidado práctico conociendo a las personas por su nombre, le dan el derecho a impartir paz a sus ansiedades.

Esta es la belleza de la santidad. Es una buena iglesia llena del Espíritu, haciendo plausible y creíble el reino de Dios mediante buenas vidas que despierten la curiosidad de los más ardientes escépticos. Desde luego, este testigo apostólico obra en tándem con el genio del apologista filosófico que contesta preguntas difíciles y se levanta contra la marea de secularistas europeos que van a la deriva aún más lejos de la fe cristiana. Sin embargo, lo primero es lo primero, porque “a menos que estemos satisfechos con responder preguntas que nadie nos hace… la tarea apologética más urgente de la iglesia hoy es vivir en el mundo de tal forma que el mundo se vea llevado a preguntarnos sobre la esperanza que tenemos.”

En mi experiencia, he visto que el cristianismo no puede probar o legitimarse aparte de nuestras vidas como Cristo. Puede que nosotros, entonces, participemos en la obra del Señor de hacer su iglesia incluso más radiante y hermosa, sin mancha ni arruga, sino santa e intachable (Efesios 5:27-28). Puede que nosotros seamos de nuevo “buenos” a los ojos del mundo que observa, “brillando como un faro sobre una colina”. Puede que nuestra apologética esencial sea una eclesiástica.

El Doctor Dave Benson es el director de Cultura y Discipulado en LICC (The London Institute for Contemporary Christianity: licc.org.uk). Se dedica a tender puentes entre iglesia y cultura formando una comunidad de “sabios pacificadores”, hacia el testimonio holístico en Reino Unido. Como antiguo profesor de instituto, pastor, fundador de una iglesia orgánica con su mujer Nikki, y teológico práctico en el Malyon Theological College en Brisbane, Australia, Dave es un apasionado del diálogo plural y de la expresión pública de la fe cristiana en un contexto post- cristiandad, para el florecimiento de todos.

NOTAS A PIE DE PÁGINA

  1. ‘God botherer’ – “Incordiadores de Dios”-En inglés, término de argot despectivo para una persona que insistentemente promociona creencias religiosas, incluso cuando no son bienvenidas.
  2.  Véase Rodney Stark, The Rise of Christianity: How the Obscure, Marginal Jesus Movement Became the Dominant Religious Force in the Western World in a Few Centuries (Princeton, NJ: HarperSanFrancisco, 1997), 83–88, 189, también capítulos 4 y 8.
  3. Michael Pucci, ‘The Gospel and Human Poverty,’ in Hearts Aflame: Living the Passion for Evangelism, ed. Michael Tan (Singapore: Eagles Communication, 2008), 222–224.
  4. Véase Mt. 5:43–48; Jn. 13:34–35; 1 Tm. 3:15; 1 Pedro. 2:9–12; 1 Jn. 4:12. Véase también Scot McKnight y Laura Barringer, ‘Creating a Goodness Culture,’ ch. 5 in A Church Called Tov: Forming a Goodness Culture That Resists Abuses of Power and Promotes Healing (Carol Stream, IL: Tyndale House Publishers, 2020).
  5. Esta historia real del reverendo Revd Dave Jeal, capellán de Bristol Rovers, la relata de forma poderosa Dan Morrice en Finding the Peacemakers (London: Hodder & Stoughton, 2021), 95–134.